Hay palabras que duelen más que los golpes, y créeme que esas heridas no sanan fácil, no basta con colocarle un algodoncito porque con eso solo puedo tapar el dolor y dejar que se pudra, necesitaba limpiarlas y que así pudieran regenerarse.
Una tarde de invierno recibo la llamada de mi prima, la que hasta aquel momento era como mi hermana, me decía que necesitaba urgente conversar conmigo por mi en ese entonces, nueva relación de pareja.
Me sentía nerviosa porque conociéndola lo más probable era que para variar no era lo que ella esperaba, pues toda la vida fue igual, creo que en su juego de ser la hermana mayor se sentía con el derecho a decidir por mi.
Claramente creo que esto no fue gratuito pues yo siempre buscaba su aprobación para todo.
Esta vez para mi era distinto, sabía que al elegir a mi pareja tocaba romper con muchas cosas y entre ellas con gran parte de mi familia.
Estaba consciente de lo que quería y buscaba al menos la posibilidad de que accediera a escucharme y a conocer a mi pareja, pero eso no ocurrió.
Siempre me dijo que cualquier persona que se me acercaba tenía o algún defecto o simplemente era muy poca cosa, como si yo fuera de la realeza, que todos me iban a querer por interés y que debía casi buscarme un artista.
Yo nunca le hice caso, porque al final igual terminaba aceptándolos, pero esta vez ya en 9 años creo que ya no fue.
Recuerdo que al comenzar a conversar lo primero que me dijo es que estaba cometiendo un error y que al igual que los yogurt tenía fecha de vencimiento.
Me dijo que mi pareja era mucho para mi, porque tenia mundo, que era intelectual, estudioso y viajero y que yo no encajaba.
Ya a esas aturas en que yo aún no hablaba me dio mucha risa porque era primera vez que ahora era mucho, ya que siempre era poco.
Me dejó en claro que si tomaba esa decisión implicaba una separación con la familia.
Llegamos al punto que realmente a mi me interesaba, que era cómo iba a quedar la relación con mi sobrino y futuro ahijado.
Ahí sentí como si estuviera en un espectáculo de box pues sentía que venían patadas y golpes duros por la forma en que ella me decía sin tapujos que me olvidara de que todo iba a ser normal con él.
Que me olvidara de ser su madrina y que viviera mi vida.
Recuerdo que me sudaban las manos y sentía mi cuerpo tiritar, intentaba estar digna cuando sentía que el alma se me partía en pedazos.
No podía creer en tanto egoísmo, si bien siempre ella tuvo una forma de ser muy brutal para decir las cosas, como les digo sin gritos pero no por eso no me violentaba.
Lo único que me atreví a decir es que paráramos la conversación, que por su hijo no me preocupaba porque para mi el valor del amor va más allá del título o la “responsabilidad” de ser madrina.
Le dije que no lo compartía y que me dolía pero que esperaría que él creciera pues apenas tenía 3 añitos y que lo que habíamos construido nos delataría con el pasar del tiempo.
A pesar de ser un relato muy duro creo que mi sobrino y yo logramos trascender muchas barreras, hasta el día de hoy él tiene 12 años y nuestro amor sigue intacto.
Luego de pasar por muchos desacuerdos para poder vernos y esperar a que creciera y pudiera él solito buscarme, lo que siempre ha hecho, logramos traspasar todas las piedras del camino.
No ha sido fácil pero ya está más grande y cada vez que viene a Chile como él dice siempre me avisa y me busca y yo le pido autorización a ella para poder verlo.
A pesar de que nunca logramos con ella volver a conversar el tema creo que se resignó y después de todos estos años de repente me escribe o me envía fotos de mi niño.
El poder del amor es tan mágico y tan increíble, pues desde bebé estuvo tan pegadito a mi que creo que fue un lazo tan potente que nos unió de manera magistral y hoy lo veo como dos o tres veces al año e intento disfrutarlo.
Ya sus conversaciones van cambiando, ya vamos dejando los juegos para centrarnos en conversaciones mas de grandes como dice él y yo vivo agradecida de ese regalo, el de sentir cómo nos amamos y de cómo el aceptó a mi pareja y le quiere y respeta.
Tuvimos que dolernos, tuvimos que llorarnos y extrañarnos pero al final siento que valió la pena pues si perdí a una prima creo haber ganado a un ser maravilloso que me refleja la inocencia y la bondad en esa mirada dulce que en él habita.
El me dice que me quiere feliz, que me ama a mi y a mi pareja y eso lo hace sentir en cada visita.